~FUGA QUARTA~




1. Nuevo día

Rüidos de atambores e gritos portentosos despertáronme hacia las diez de la mañana.

Mi estancia era la más soleada de las dos que hobimos demandado, e con ventana a la calle por dó metíanse a más del sol de aquel clarísimo día, los roidos ya consignados.

Levantéme e ví al través del vidrio cómo un carruaje recorría la calle con un artilugio que potenciaba mil veces el sonido de la voz humana que lo usara, de forma que poco impedimento oponía la ventana a sus estragos.

Empeñado estaba aquel desaforado en recalcar las glorias del diminuto circo que a la entrada del pueblo habíase instalado, máxime cuando la noche anterior ya lo fiçiera en demanda de un público que fízole mutis desde su propria puerta, esto es, sin siquiera acercarse a su raída lona, por lo que e lmensajero esmerábase en ensalzar las virtudes e cantar a la farándula, a más de que en cuanto ficiéranles favor con su presencia, levantarían vuelo para volver dios sabe si alguna vez más, tan pobre fue su cartel.

Pero quiá, o las gentes dormían perezosamente o el portavoz había escogido mal lugar para su recitaje. Lo cierto, como más tarde dí en avergiguar, era esto último.

Desperté a mis compañeros que con más sombra e suerte en su estancia aún continuaban sus devaneos con el mejor de los propósitos, por lo que hube de insistir e aún zarandearles un tanto. Comentamos un rato mientras desperazaban los cuerpos e poníamos en orden las ideas.

Decidióse como primero e primordial, llenar las barrigas e tras ésto buscar a don Blas, el médico.

Cambiéme la camisa, que la anterior de tan llevada e maltratada más había adquirido las negras propiedades del jubón, e dolía al blanco con su presencia, e lavéme parcamente, ca non érase cuestión de destacar por la pulcritur, dada nuestra forma de viajar e que, al fin, las penurias más son gloria que hidalgamente mostrar, que algo vergonzoso de que privarse.

Desayunamos folgadamente e pedimos permiso para dexar los bártulos en el lugar por no pasearlos por el pueblo.

Llamaron la atención nuestras ropas, más no demandónos nadie por la quimera, quizá al suponer que proveníamos del circo ya mentado.

Preguntamos et obtuvimos la dirección del Ayuntmaiento e del galeno e salimos a la calle.

Ya en la rúa principal dimos con topar con los preparativos de la procesión deste día e ya empezamos a amoscarnos de tanto chinchín de atambores, tururú de trompetas e pasar e pasar de nazarenos encapuchados e de gentes.

Un miguelete local, que sarcásticos comentarios habría arrancado de las huestes enemigas, púsonos en antecedentes de que el Ayuntamiento estaría cerrado, como ansí foé, e que don Blas no pararía en casa hasta después del mediodía.

Encontramos el lugar et esperamos sentados en el dispensario conteniendo a duras las penas, que las tonterías que allí fiçimos por pasar el rato fueron dinnas dello. Aburridos al cabo por la tardanza, salimos a deambular de acá para allá.

Llegámosnos de nuevo dó sucedíase la procesción e más de uno perdió paso e puesto por nos mirar, con gran recocijo nuestro, e cuando todos hobieron desfilado, acercámosnos a dos arrugadas ancianas que al sol habían falcado sus poltras por tomar déste e non perder, a la par, ripio del acontecimiento.

Fiçimos unas pinturas instantáneas que el destino quiso velarnos e tras unosmomentos de alegría con las pasadas damas, regresamos a dó don Blas esperábanos ya.

Contónos éste que fue viudo de valenciana e mostrónos su orla estudiantil, dentre la que podimos destacar algunos cognoscidos médicos de nuestra ciudad de origen. Charlamos largo e tendido e alegrábamosnos todos en el recuerdo. Al cabo partimos por tomar el bon vino.

Regresamos a La Bodega, do libamos unos quintos et a la salida explicónos la industria local basada en un ungüento para apegar ojetos a modo de cola e cuyo nombre olvido poes en nada intervino en esta historia.

Levónos a un alto desde donde podimos apreciar nuestra meta: un par de picachos elevados por entre los que corría un desfiladero al que las huestes cristianas e los Caballeros de la Orden de Calatrava defendían. A un lado el castillo, al otro el monasterio.


Gozosos por lo alcanzado, volvimos sobre nuestros pasos et en otra tasca mercámosnos unos víveres, vinos e gambas; cognoscimos a la fija del referido e a su marido, et habiendo satistecho la demanda económica, ofreciónos su casa para otr día e nosotros declinamos correctamente et educamente la oferta, ca habríamos de salir de aquel lugar lo más pronto posible.

Fízonos ver lo apenado que estaba por cuanto en tal día reuníanse en su casa gentes de la familia e debía regresar por facer los honores, e pedíanos excusas por no invitarnos en ese momento.

Acompañónos por último a un lugar do Los Blanquillos, que así llamábanse lo de una de las cofradías, habían de apurar los últimos resquicios de la Santa Semana, en oposición a Los Negrillos, otra cofradía de penitentes de negros hábitos.

Hobimos de repartir nuestras trovas entre unos et esotros, a quienes sólo separaba un delgado muro e que deglutían los dulces llamados enaceitados, trasegados con abundantes limonás, bebida blanca para los unos, negra para esotros.

Fartámosnos de comer e de beber ansí como de cantar, pues que, pane lucrando, foése el pago único que podíamos ofrecerles por su hospitalidad, et allí mismo fízonos bolsa el parche con unas monedas para lo futuro, que ya el refrán ensalza las virtudes del previsor.

Conquistamos el corazón de algunos estudiantes que, a la sazón, allí encontrábanse e ofreciéronnos su casa para que tomáramos algo en compensación a los pocos dineros obtenidos et al aún menor de la bolsa que, como uno llama a otro, poco más de un murmullo podría salir de la mentada.



2. Sigue lo hasta aquí narrado

Comimos asaz buenamente et ansí recognoscidos como nos, tras rellenar cavidades que desfigurábannos e facíannos poco recognoscibles, tañimos un rato por descansar las entendederas e alegrar a los invitantes.

Pasadas las horas fízose imposible atisbar por entre nubes e ocaso por entrever restos del carro de Apolo, e ya bien dispuestos, salimos de la casa.

Recorrimos el pueblo, e por buscar a una amiga de quienes nos acompañaban, dimos en caer en una nueva casa, morada de sendas ancianas lugareñas e de la fija de una dellas, más dueña que las nomnadas, e vota a tal que no por pertenencias.

Allí libamos unos vasos e trocamos la rancia cara de las no doncellas por ancha sonrisa con nuestras animadas piezas.

Otro recorrido e parada, con lo que por ver de cumplir la lengua e como no lejos de dó detuvímosnos se encontraba una, fiçimos los honores a lo de parada e fonda, porque todo siguiera los cauces de rigor.

Fuénos presentado el alcalde, que se me paresció un tanto corrido ca el tiempo que fabíamos pasado en el pueblo no habíase aprovechado siquiera un segundo por acudir al Ayuntamiento.

E con más cabreo que desgana, mal que intentara aparentar lo segundo en beneficio de lo primero, plasmó únicamente rúbrica, prescindiendo de detalles poco al caso. Diónos rotunda negativa a lo de cuño e sello del lugar alegando excesiva lejanía, a lo que en broma, en serio, añadimos nostros, et ansí consta en las páginas que debió ocupar.


3. Hasta la Ciudad Real

Apartamos nuestras humanidades e bártulos que las servían a una orilla de la calle principal en espera de que aparescieran los que, según nos fué dicho, partían para la Real Ciudad aquesa misma noche.

Et en la espera mostrábamosnos ácidos et firientes con cuantos catetos habían sido confundidos por Momo e a nos acercábanse con recogijo, alejándose tras el encuentro más confusos e ridículos, tal e como ellos habían previsto para nos.

Et es que asaz agudo habrá de ser quien osara intentarlo et es de general advertencia e premisa insalvable la difícil escuela en la especialidad de tunos parlantes e respondones, siempre prestos e al quita, e sagaces cien veces mil lo es el gato para con el roedor en suma.
E no es que hobiéramos gana de venganza, que cobardía foese, ca la enorme pequeñez del contrincante no prestábase a ello, mas e como lo incierto de la nueva etapa quedaba velado aún ante nosotros e a las agotadoras jornadas que precedieron fabíamos de añadir el no menos cansino discurrir deste día, poco prestos estábamos por bailar las pobres fiestas que a sus mercedes intentaban, et aún con cierta bondad, que no ha de faltar nunca en tuno como ha jubón et calzas et instrumento, pasábamos por alto sus insinuaciones, por otro lado poco incisivas e desafortunadas, atajando al timepo más breve que tomarse podiera, por permanecer al punto señeros en nuestras cavilaciones e por trazar planes o callar en el descanso.
Grande armatoste fuénos presentado et a su grupa, dos señoritingos del lugar que favoreciéronnos et sé, con su e nuestra presencia.

Fízose estrellada la noche e por evitar dormirnos, pagando tan bajo peaje, decidímosnos a entonar alguna copla con que amortizar trayeto e seuño, et tañimos acompañándonos de trompetillas o cazús que a la sazón así dispuestos venían en nuestros cintos.
Llegamos al poco a la Ciudad Real, dó lo nuevo volví
anos a envolver, et en la plaza grande abandonamos el vehículo siendo rodeados por otros compañeros de los condutores que insistieron en despedirse de nos tras que hobiéramos catado un caldo de lúpulo en uno de los bares próximos.

Pagaron, que no era la ocasión para adelgazar la bolsa, e con efusión salieron los adiesos como ya teníamos por costumbre, e dejáronnos su firma en el Libro que les presentamos, con lo que ficímosles gran honor e correspondimos a su ánimo, no tanto por nuestro encuentro sino por lo ya trasegado, mas, e como al cabo foeran únicamente las obras aquello que contara, no vendré a menospreciar por tan poco su interés et ansí queden agradescidos.

4. Buscando cita con Morfeo



Aunque llevábamos en mientes dirección cognoscida, lo avanzado de la hora restónos su valor, que no érase momento de aparescer en dicha casa sin aviso previo.

Deambulamos pues sin dirección fija, ca habíase contradicción entre los pueblos e villorrios atravesados, cruzados e vividos et esta Ciudad Regia.

Quedamos perplexos, a la galaica usanza, cuan nuestros olvidadizos pasos que descognoscían sentido ni dirección, lleváronnos al punto al lugar buscado. Tomámoslo como buen augurio e continuamos la noturna andanza por ver de trovar posada, que a nada más daban ya pábulo nuestras humanidades.

Las calles vacías, llenas de sombras que alteraban las farolas, acogíannos cálidas e frías a un tiempo, con sus edificios alertas a nuestro paso, como si non foéseles común nuestra presencia pero, al cabo, non disgustáseles.

Foése tanto más difícil desfacer antagonismos entre cálido o gélido cuanto que pocos sentimientos preséntanse puros en sí mismos et en este caso la ciudad vivía, aunque sólo foese poruqe nosotros traqueteábamos con nuestros pasos las calles, pues que la piedra de por sí es fría pero sólo en la ausencia del homne que la anime.

Dimos al fin con entorchado, miguelete o soldado, que la poca luz et el mucho cansancio no paráronse por distinguirlo, por mas que nimio resultara. Demandámosle por posada u hospedaje et hacia allí encaminámosnos.

Dimos con el albergue e fiçimos valer con roidos nuestro derecho a catre e descanso, mas foé en vano, ca non parescía sino que la puerta horiérase trocado en piedra faciendo nulas nuestras reclamaciones.

Antes de perdernos por el desasosiego, que a poco conduce la cólera en estos casos, decidimos retornar sobre lo andado, que ya éramos sabios en tales usanzas, et inquirimos sobre otro lugar adecuado e justo.

Foénos indicado e reiniciamos la marcha. Dexábamos a uno e otro lado lugares tan proprios de acampada como el ya descrito et usado a las afueras de la ciudad de Manzanares, et insinuósenos la oportunidad de facer noche en la posada de los maleantes, al amparo de la guardia, mas continuamos el urbano peregrinar e foimos a desembocar en la plaza do hállase el ayuntamiento.

Encontramos olvidado transeúnte e fiçimosle parar porque nos indicara si eran bien encaminados nuestros pasos. Fablónos de un su cognoscido en algo dedicado a estos menesteres de la juglaría et al fin trasladónos al punto debido.

El lóbrego portal fízonos olvidar un tanto soeño e cansancio, et a medida que ascendíamos por la siniestra escalera, que más era desfiladero para emboscadas, iban renaciendo en nuestras mientes los espaciosos solares que habíamos desperdiciado dejándolos a nuestro paso. Mas aquello non era sino noevo aliciente a nuestras conquistas e si en este punto del viaje debíamos vernos las caras con maligno elemento, ca todo ansí presagiábalo, habríamos de enterarnos bien de lo acaescido, antes de dar fé a la Inquisición de cuanto allí hervíase.

Villarreal llamábase la pensión, et es de imaginar el porqué e ansí omito explicaicones que sólo alargarían el relato.

Desembocamos en un mugriento saloncito de sucios sillones e por no más limpia puerta seguimos un pasillo que, a medida que avanzaba, íbanos amedrentando ca alejábanos más e mas de su origen. A veces, una luz roja parescíanos indicar que el fin del caminastro hallábase en el mismísimo infierno, e como corroborando nuestros pensamientos, aparecióse el súcubo que facía de dueña.

Ignoro si foé susto o la certidumbre de que fabíamos llegado al fin de nuestras disquisiciones lo que fízonos contener un temblequeo, mas, e voto a tal que es cierto, que aun con más diáfana luz diurna et en regios aposentos, semejante mujerona hobiera fecho temblar al más recio, que al protoafamado Juan erizárale el cabello.

¡Doscientos años tendría! ¡Quiá, doscientos lustros al menos! E con enaceitada faz parescía aseverar dicha apreciación, e de no ser porque su remota apariencia érase del sexo femenino, hobiérmaos apostado la delgada bolsa a que de batracio más bien tratábase.

Mas en este punto, e tan cansados como estábamos, importábanos un ardite reposar en la misma caldera de Pedro Botero que en un catre, poes al fin non dimos mayor importancia a la visión e dejámosnos llevar por la aparecida.

Extenso foera tratar de describir el siglo de acontescimientos que creímos vivir en el trayecto a los aposentos que nos designara. Descendimos escaleras sin fin e recorrimos interminables pasillos hasta el punto de que bien ciertos estábamos de haber descubierto el laberinto de Teseo, en tan largo viaje sin rumbo nin geografías, et que al cabo daríamos con el Minotauro o bien descubriríamos hallarnos en la barriga de algún buque rumbo al averno.

Separónos en dos cámaras e tocóme dormir en solitario para mi pesar, que no hay como la presencia de humano para sobrellevar estos trances. Díme cuenta de la imposibilidad de cerrar la puerta de mi habitación e sobrevínome un nuevo espeluzno.

Con gran sigilo e mayor temor recorrí los metros más largo que imaginarse podiera mortal alguno hasta la otra pieza et allí, los tres juntos, dejamos a las claras la escasa fé que teníamos en semejante lugarejo.

Concluimos los víveres que traíamos a modo de cena e trasegamos el resto del caldo, mas que por calentarnos, por menos notar los calores del infierno dó estábamos bien ciertos íbamos a acudir aquella noche sin fin.

Apagóse la luz del pasillo et encogímosnos un poco más en nuestros cuerpos que agora antojábansenos inmensamente grandes e visibles, tan preocupados como estábamos de salvar el pellejo pasando siquiera desapercibidos.

Prolongué mi estancia cuanto me foé posible, et al cabo hube de tomar partido por mi catre. Levantéme e poco faltó para abrazar a mis compañeros e dellos despedirme, et inicié el retorno entre cuidados e temores, tan presto a saltar cual gato al menor incidente, como a caer postrado en vahído al menor gesto de ataque.

Nada dello foé menester e logré introducirme en mi aposento despojándome de las mugrientas ropas que vestíannos et al rato... conciliaba el soeño.