~FUGA TERCIA~

1. Síguese Almagro

Con la luz del día era tal la majestuosidad de la Plaza Mayor, que a poco no la recognoscimos. Una columnata de piedra formaba soportales a su alrededor, sustentando la verde estructura de madera de sus casas pletóricas de ventanales, a tuisa de puerto norteño o, más aún, de aquesos otros de la lejana Flandes.

Alguien nos contó su historia.

Ocurrió que los Függer, familia de judíos alemanes, asentáronse en el lugar e con sus riquezas mantuvieron la mayor parte de los gastos del rey don Carlos Primero, a cambio de lo cual obtuvieron el afamado título de caballero de Calatrava, edificando en este lugar la sin par plaza al germánico estilo, guardando el español de los soportales de piedra que la mantienen erguida.

Sucesivas derivaciones de su nombre, que el pueblo todo lo amaña e asimila, dejaron su nombre reducido al más castellano de Fuca, e no acabóse aquí la reducción, pues que al cabo foeron totalmente reducidos pues que foeron expulsados de España por orden e mandato de don Phelipe Segundo.

Aquí, en la misma plaza, dos joyas más subsisten. Una es la deteriorada iglesia de San Agustín, otra aquese afamado lugar de recreo et esparcimiento e non por ello de menor valor que es el Corral de Comedias.

A la cabecera de la plaza, el Ayuntamiento, al que prestos dirigimos nuestros pasos a fin de trovar a su representante, el alcalde, obteniendo el preciado cuño que acreditase nuestra presencia en el lugar.

En vano alcanzamos tal suerte pues que habíase partido con su firma. Sin embargo, un empleado arreglóselas para acuñar aquí la marca de la localidad.

Desayunámosnos en la plaza en lugar nombrado “Chés” un reconfortante café con leche ennoviado a una pasta que a poco nos supo, mas realmente que el orificio de slaida de nuestra bolsa era cien veces mayor quel de entrada, situándonos en precaria economía.

Aparecimos posteriormente en casa del doctor Cárdenas, e fablamos con su mujer, quien recomendónos acudir más tarde por la causa de que su marido et esposo, milites versus morbo, hallábase ausente.

Recorrimos la plaza aguzando nuestra vista por ver de localizar cualesquiera de llamativo escudo con que entretener el rato et hartos de nos pasear dimos con sentarnos al fondo de la misma so algún banco de los que abrigábase entre la verdura de un cuidado jardín.

Al poco, como es notorio, aparesciéronse las primera criaturas ávidas de investigar a costa de nuestras humanidades, si bien el primer grupo de infantes fue lo bastante considerado como para no importunarnos con su presencia cercana e acoso de preguntas.

Presentáronse entonces recias gárrulas en número de cuatro, faciendo cabriolas cual yeguas en celo, et rodeando al maromo que las acompañaba e servía de consuelo, con tal pinta de paleto que no dudamos un instante en pensar que semejantes piruetas fuesen más dirigidas a nuestras excelencias.

Un par dellas más osadas, que hobieran supuesto las delicias del señor en tiempos de tributo de pernada, parecieron más decididas e a poco rozábannos ya con sus estupideces, procurándonos de esta guisa motivo de recreo en tanto aguardábamos la hora de la visita.

Comenzáronse a facer phographías en el frente mismo ocupado por nos, de forma tal que la retratante depositaba sus prietas nalgas a la altura de nuestros apéndices olfatorios e a distancia tan escasa que a buen seguro un importuno pedo hobiera arrancado de cuajo alguna ceja a nuestra facial fisonomía, potencia tal era acusada e ponderada por semejantes posaderas.

Vímosnos al cabo rodeados de impertinentes muchachuelos e comenzáronse sus impíos ataques valiéndose e aprovechándose de nuestro poco espíritu del instante, que más parecíamos ancianos depositados al tibio sol ajenos a cualquier esfuerzo, que viandantes animosos en busca de ventura.

Mas y como vacíanos flaca merced con sus entremetimientos hobimos de buscar una solución a su presencia e así ficimos de suerte que comenzamos a rebajar a aquél que parescía llevar la voz cantante, el más despabilado de entre ellos, al tiempo que ensalzábamos las virtudes del que veíamos como más directo seguidor e rival, ganándonos su amistad. De esta suerte e proceder, sembramos la discordia entre las infantiles huestes a quienes, de la forma dicha, confundimos cual turcos, e así acabaron por pelearse entrellos, alejándose ante la complacencia que nos supuso hurtarnos a sus peregrinos desmanes.

En tanto, las exhibicionistas mozas, cansadas del total vació que sus inmensas moles serranas en nos causaban, ca lejos de apetencia sembraban risa e movían a ella a nuestras calladas figuras, marcháronse también despechadas dejándonos de nuevo a solas.

E con tanto ajetreo, llegóse la hora.


2. La Comedia

Foímos entrados en la mansión e apareció el médico con enrojecidos ojos, ca el excesivo trabajo fabíale impedido tomar descanso desde hacía largas horas et encontrábase extenuado. Tras escuchar una breve exposición d enuestro caminar e de los motivos del mismo, plasmó su firma en estas hojas e retiróse, incorporándose de nuevo a sus hipocráticos menesteres, e quedamos en manos de su mujer e hija que ansí nos atendieron.

Libamos una mezcla de zarza e zumo de caña o ron, e tras animada charla durante la cual no cesó en sus exhortaciones para nos guiar por el recto camino del bien e la virtud, dimos cumplida cuenta del líquido ofrecimiento e pusímosnos en fie finalizando la entrevista.

Fuénos otorgado un último presente que consistió en una gran caja de dulces casero que ella misma había elaborado, lo qual agradecimos grandemente e prometimos que tal gesto mantendríase siempre vívido en nuestro recuerdo, e ofrecimos, a cambio e por último, nuestras hojas porque firmaran, obteniendo así sus dedicatorias.

Mayte, que así llamábase tan sutil damisela, insistió con tal obstinación en acompañarnos, que su madre hubo de ceder a tal súplica pues aunque de temprana edad, rebosaba en ganas por pasearse presumiendo por Almagro en compañía de huéspedes tan sigulares.

Et así fue, en efeto, ca no habíase consumido aún el aire de nuesos pulmones tras su última inspiración en aquella casa cuando apareció como por ensalmo la primera de sus amigas, et ambas pasaron a saludarse con efusividad poco frecuente, juzgamos nosotros, la una por alardear de acompañantes gallardos, pese a los ya raídos et ahumados ropajes, et esotra por el mismo goce.

Llegados al Corral de Comedias arrastrábamos una fila tan larga de seudopajes que diríase que la procesión la encabezábamos nosotros, e hobimos de guardar espera hasta que el portón ditnóse abrir sus hojas et franquónos paso.

Ansí estábamos aguardando cuando vínose a mientes la no tardía necesidad que habríamos por comer e colegimos que lo indicado seríase ampararse en la damisela para que, por su intermedio, pudiéramos marcar un pan con el que entretener las entrevacías manos, que no a todo con aire, merced a la flaca masa cárnica que aferrábase a los dedos, ca los primeros pasos del viaje vímosnos sometidos a merma en la deglución.

Entablamos, en tanto, contacto con unos viandantes del condado de Barcelona, en el principado de Cataluña, próximo a los Pirineos, muralla salvable tan sólo en el futuro por los galos, por et en mor de gloria para nuestras huestes que rendirán la Botella una vez trasegado el líquido, claro anuncio de que en el extinto Imperio la sobriedad regia de cada español, lealtad et firmeza frente a las invasiones, mantendrá sus carnes vivas et incólumes.

Abrióse al fin el pórtico por la trémula et anciana pero aún briosa mano de su vetusto cuidador a quien tan sólo la voluntad de las gentes que a visitarlo acuden, mantenían con vida.

“Aquí” – nos fue dicho – “duermen sueños centenarios et eternos los ecos de trovas”

Quedamos maravillados et paresciónos apto lugar para las más sutiles bellaquerías, pleno encanto e donosura, rezumando sus poros, por el contrario del patio generalmente aplastado por la plebe, eternos et transparentes hilos e miradas amorosas, quizá de piso a piso cruzadas, de parte a parte cambiadas, et incluso desde el mismo escenario.

Construido en el siglo XVI, único en el mundo, entre sus entrañas hánse dado cita inmortales representaciones de nuestro tiempo ya imponderables clásicos.

E como a tal fin estábase destinado, sobimos a las tablas vocando sueño pasados, representando ficticias comedias que, junto a la osadía de nuestras vestimentas, fizo gozar a los presentes por lo real del resultado, reviviendo en el aire aquesos versos.


Venís a verme,
a ver las galas
que antaño me vistieron…



E perseguidos por ellos como por misma sombra, impotente resultado del chocar de los solares rayos contra los cuerpos, nos alejamos temblando, sintiendo su aliento en nosotros, continuando sus voces en mil ecos replicándose en cada trozo de nuestras humanidades:

Las voces que he guardado,
los gestos que envolvieron
humanos sentimientos
de gentes que anduvieron
caminos polvorientos.



Revisamos palmo a palmo cada metro de aquel lugar, excitándonos con las incursiones e asomándonos por cada ventana casi prestos por ver amontonarse las gentes allá abajo, et oír sus escadalosas voces todas al unísono, en tanto los actores preparábanse para abordar la escena con suobra, prontos a ganarse al público presente o a soportar sus pullas e descaros, que no todo son aplausos et parabienes en la farádula.

Mas el tiempo habíase concluido e tovimos que partir, no sin antes intercambiar unas palabras de agradecimiento al anciano que habíase dignado acompañarnos en la visita sin otra esperanza a cambio de sus indicaciones que el estrechamiento sincerao de la mano que le ofrecimos.

3. Dad de comer al hambriento



Auténtico episodio goliardo al que nuestras mercedes viéronse sometidas para cumplimiento de las normas e gloria propria et eterna.



Una vez satisfecha Talía, trovada en la calle Terpsícore con retazos de Santiago, et in memoria pro míticos orígenes de Troya, nuestros polvorientos pasos viéronse dirigidos al más profundo a la par que elevado de los ministerios: el divino, e a la religión, que en ocasión encontrábase enclavada en el monasterio de los PP. Dominicos.

Admiramos una soberbia arcada sita en el patio central del dicho monasterio, do las musas, de haber tenido cabida, lejos de su idólatra presencia, gozado habrían si a incursión se vieran sometidas desde su apolínea morada del Parnaso.

Pétrea filigrana fría mostraba su escalinata e contemplamos absortos sus helénicos motivos clausúrales, so el dórico, el piso del patio, e sobre apuestos, el jónico de la primera planta. No menos extraordinario resultó para nos el descubrimiento de tal piedra, en recuerdo e gloria de Carrara, en pieza única de sostén.

El PP Rafael, exprior, como apetescía nominarse, mostrase ciceronesco al advertir nuestra sorpresa ante tanta et eterna donosura. Viónos hambrientos et enseñónos la Iglesia de una sóla nave que allí, en su esquina siniestra cubriónos con su crucero ojival.

Vimos soterrados comendadores cuyas reliquias debieron resaltar e saltar de gozo por nuestra presencia, sin desánimo para los vivos a quienes resta el afán de vanagloria, exento de inutilidad, según nuestra esperanza.

E como nuestra faz delatáse más hambre, si caber pudiese, fízonos pasar al sobrio refitorio do dímos cuenta de apetitoso refrigerio.

¡Qué momentos de entusiasmo vivieron nuestras tripas e nuestros corazones, que al cuerpo, en sí e vivo, es sólo uno y al unísono siente! E qué decir de nuestros cerebelos, ca embriagados por las circunstancias, abrieron anhelantes el pórtico magnífico de la memoria por grabar por siempre semejante ocasión, fecho e dicha.

E nuestras almas, exotéricas, de exultante gozo exhaustas, contemplaron extasiadas el externo campo anexo a la parte posterior, magnífico y excelso maridaje con Natura que acerca más que puente alguno al trascendental momento de la meditación.

Aquí sopimos de su construcción, entre 1524 y 1544, e aún temblorosos e jadeantes por las pasadas experiencias, nuestras espaldas dieron el último adiós a las portadas renacentista y grecorromana.

Gran conquista, para envidia del ojo de don Diego, cuyas hazañas non foeron emuladas, antes bien resultaron insignificantes ante celebración tan exuberante de arte e recuerdos en el tiempo ya desvanecidos.

Que Dios en su santa e completa visión de las sensaciones disculpe tamañas desvergüenzas que a ignorante pudieran parecer pedantería o pecado de humildad por omisión, a trueque de soberbia, mas bien cierto est, e pongo a los siglos por testigo ca viéronnos deslizar los cuerpos turbando sus sombras e paz, que el gozo supremo del que nos veíamos coronados fuése más digno de rey que de goliardo, e puesto que a tal guisa nos despusimos, retrocediendo en lo posible al no tan obsturo antaño, damos gracias por haber vivido estos instantes.


4. E otros detalles

Buen paso dimos acercándonos con sigilo a la Universidad, porque si bien fuera encontrala, non foera necesariamente bueno el que ella nos viese, pues como su caligrafía indica, femenina est, ansí larga sin hueso de chismosa e non con toda la verdad, mas que sus hijos catedráticos lo intenten e defiendan. Pero temimos truxera nuestros andares malinterpretándolos e foera con la voz al cante de esotra nueva de agora de Valencia.

Fuénos dicho que allá por el 1534 y hasta el 1324 coleccionáronse grados. Fundada por Fernando Fernández de Córdoba, clavero de la orden, presenta, a más de este escudo, dos de los condes de Cabra, el de los duques del Infantado et el mejor cognoscido de don Carlos Emperador.

En el barrio noble observamos embelesados calles, plazas, portadas, escudos e patios como el del Palacio Maestral, do allá por el 1273 Alfonso X Sabio, rey de Castilla, e por ampliación d'España, por orgullo de todos, celebró cortes.

Saboreamos en suma la Portada de la casa Rosales, la de la Casa del Prior, de 1600, la plaza de Santo Domingo, la del marqués de Torremegía, la del conde de Valparaíso, marqués de Añavate, calle Bernardas... e ansí todo el logar.

. . . . .


Cuán inmensa suerte aquesta
d'ir hollando la tierra,
regocijando los ojos
con la fuerte piedra
de casa de antaño.

E de nos, nuestros despojos,
regalados e amparados
E mimada nuestra alma,
que no hay calor tamaño
como dan en Calatrava.



5. Nueva partida

Como ya todo estuviera en su sitio destinado, cada bulto con sus ligaduras presto a abandonar asiento, retrovamos a la posada que tan bien diónos cita con Morfeo la pasa noche, reiniciando los no ya por practicados menos dolorosos e firientes trámites de la despedida.

Imponíase a nuestras mercedes un breve repasar tan intensas vivencias que más de tres jornadas paresciános que habrían de costarnos tres lunas o períodos, cual aseguran los indianos que contaban los salvajes en sus dominios, agora ya, a D.g., cristianizados e despaganizados.

Recogíamos, a fe que no cabe duda, mas a trueque era como si el mercado de la vida quisiérase cobrar amplios trazos de nos:

¡Tanto llevas, tanto dejas!

e bien cierto, voto a tal, que la fiel de la balanza non veíamos cabicear una pulgada a cualesquier lado.


Regalábannos las gentes, regalábannos los muros, e las piedras que martilleaban nuestros zapatos, regalábanos. Regalábanos el sol, e nuestras ropas, más llenas de humo e polvo que nos mismos, parescían también regalarnos por cuanto éranse ya más de la tierra que de nuestra propia pertenencia e hacienda.

E nuestra hacienda era inmensa por cuanto cada persona que topásemos foera más paje o enviado que descognoscido, e cada mirada era reverencia e caricia de asentimiento e regalo.

E tanto foimos regalados que la verdulera del mercado de la vida pidiónos a cambio somero pago e tan larga e corta era nuestra hacienda, que hobimos de pagar con lo más nuestro, dejando trozos, que no carne, de un corazón de poco músculo de tan gran e abultado como estaba en nuestros pechos, que ya más érase éter e tampoco nos perteneciera.

Así ficimos el trueque que no por dejar algo quedábamos de vació, e nonfoera avaricia lo que moviónos a hacerlo, que si alma nuestra en corazón era múltiple e non terminable, non era menoscabo al regalo recogido, sino designios absolutos que el Señor sólo puede desentrañar con su libro Eterno dó consta.

No olvidéis releer esos momentos cuando bien pudiéreis, que a buen seguro entendederes, muy ciertamente, cuanto las oscuras entendederas deste escribiente pretenden vanamente facéroslo cognoscer.

. . . . .

Despedímosnos con gran revuelo, algazara e tristeza de nuestras posaderas, o por mejor decir, de aquesas dueñas de posada, et evitemos confusión, falaz equívoco para quien ver quisiere ganas de andadura a epatencia de pergrinaje, que bien hobiéramos dado algo por sestear antes buen rato, e mostrámoslas el lugar do habrían de perpetuar más que sus firmas, nuestro pasar por sus dominios.

Ya a punto estábamos de cruzar el umbral que nos devolvería a nuestro camino, con gran propiedad pues que de todos est et si me es permitido más de los que transitamos con golpes al recuerdo del vulnerable Aquiles que de los meçenazgos harto interesados de quienes dieron para los facer, cuando aparescióse en este punto la hija del galeno con otra damisela en demanda de más recuerdos, que habísmosle entregado los agora llamados adhesivos como papel filigrana de tuno dinámico que un curioso artificio permitía pegar por su cara posterior en el lugar preferido.

Otorgámoslas esta prenda en recuerdo por sus bienes e los paternos e despedímosnos definitivamente.

Ya en la calles estábamos cuando vínose la sed a llamarnos e llamamos a una puerta cuya solícita dueña ofreciónos de la mejor agua que disponía, acompañando su cortesía con el gesto de la ayuda de un vaso, facilitándonos la libación del caldo neutro.

Agradescimos su buena fé e con tristeza e alegría, que no por contraditorias han de verse a un tiempo alejadas, et encaminámosnos hacia la salida del lugar.

El astro que aún muéstrase tímido en esta época comenzaba ya a ocultarse tras lejanas lomas hacia las que con decidido paso e garbo, aunque bien conscientes de nuestras cuitas por cuanto la noche pasada al maltechado no habíase borrado del todo de nuestras mentes, e nuestras frágiles carnes aún no desechaban la idea de un escalofrío de vez en vez en recuerdo de lo acaescido, et íbamos en derechura.


6. Paso a paso


Las capas henchidas de viento oloroso
se vieron al punto volar alredor;
y el arpa vibrando con eco armonioso
así dulcemente entonó el cantor...


En suave ascendencia pero inacable pendiente fuése alejando a nuestras espaldas Almagro.

A poco atacamos las primeras curvas del llamado Puerto del Reventón, e a fé que es propria denominanza, pues que no llevábamos siquiera dos horas de andadura, duarnte las que tan sólo foimos pasados por poco solíticos condutores, cuando nuestras cabalgaduras, que no eran sino ambas piernas de cada uno mismo, obstináronse en aposentarse buscando descanso, tregua e acaso refresco, que la ropa que toda encima llevábamos facía votos por nos bañar al cabo de tanto de non ver el agua, e así empapábanos en nuestro proprio sudor que emanaba.



Ficimos parada en lo que se me recuerda como el punto más alto del mencionado puerto, encomendando nuestras aguas naturales, que foeron despedidas con gran discrección e comedimiento en el terraplén que bajaba de la loma del camino, encomendando, digo, nuestras aguas a la Tierra que antes nos la había cedido, para así que non viera en nos sino dinnos fijos suyos a quien debería mantener cuando de nuevo hobiéramos necesidad de que el líquido retornara a nuestras vexigas.


E ficímoslo con gran recato porque no viniérasenos encima un chaparrón poco necesario e nos rociara con grave riesgo de nuestras saludes al no dejar atisbo de comedimiento, nin en nuestras acciones naturalmente necesarias, nin en las suyas, necesarias naturalmente.

Desfacimos equipaxe aligerando la carga que al hombro llevábamos para pasarla a las manos, en tanto entrevíamos la cercanísima e abrumadora, por desconsoladora posibilidad de volver a no dormir bajo techado.

Barajábamos todos los naipes de las incieras horas que habrían de sucederse arrancando algún que otro negro beso al caldo de la bota que bien repleta transportábamos, por si la bolsa de igual contextura e forma quisiera cobrarse revancha e reventara de plenitud, et a fé que facía de comodín pero nin aún con su importante colaboración ligábamos baza ganancial para nuestros designios.

Comenzamos a sentirnos pesarosos al llegar a este trance aunque, ¡oh paradoja!, sin perder la alegría por la desventura, un tanto entregados a lo que foere menester, pues que a eso habíase marcado la salida, et impúsose el sursum corda.

De cuando en cuando atisbábamos carro o coche que se aproximaba mas al llegar a dó habíamosnos instalado, tan sólo dedicábannos una mirada, ora desconfiada, ora de extrañeza, otrora regocijada.

En breves segundos habímos fecho de aquel ligero altozano que dejaba el camino a su lado un auténtico aduar, cual queda un sitio con la acampada de gitanos, en franco detrimento para éstos, pues tan siquiera sabíamos si los sucios ropajes que por allí habíamos extendido eran proprios o tratábase de harapos abandonados por esotros menesterosos, de tan raídas e ultrajadas que eonctrábanse nuestras vestimentas, ansí que las dábamos por desconocidas.

Flotando en cavilaciones hallábamosnos cuando acertó a a pasar lo que llaman furgoneta, moderno equipamiento de carrocería para el transporte de enseres y personas, e tras asomar por la ventanilla que a la sazón llevaba a cada lado, fue aminorando la marcha hasta detenerse unos metros más allá...

Pensamos que la extrañeza o de nuevo el regocijo, menos la desconfianza, habíanles impulsado a parar, e ya estábamos preparados a que diera vuelta e retornara por vernos una e otra vez, y ya preparábamos frases preñadas de imprecaciones como respuesta, según se acostumbra a hacer en estos casos.

Mas, grande foé nuestra sorpresa cuando, tras un rato de espera, asomóse un brazo e fizo seña de que nos acercáramos. Aquel despliegue de harapos por los suelos, e de pertenencias, non hobiera sido recoxido en menos de una hora en circonstancias normales, mas era de verse la priesa que nos dimos en suprimir tempus obvice, que en menos del que tardo en contarlo, ya habíamos introducido todo en las alforjas e precipitábamosnos en busca del transporte.


7. De camino sin andar



De lo que acontesciónos al subir a aquel carruaje fablaré agora, aunque malhaya si en empleando mardacidades paresciérase que intentara zaherir a nuestros magnánimos bienhechores, mas, voto a tal, e mal nos está a los estudiantes así jurar, que más parangoneamos carreteros de viejos caminos que de viejos pliegos, pero grande foé la impresión que causónos tal encuentro e semejantes compañeros, mas e como esta sensación primera non foese mas que una gota del mar comparándola con lo que encima se nos venía, no me extenderé más de lo preciso, como agora se verá...

Mas e como quisiera dar rienda suelta a la pluma, cuya brida comienza a empujarme, e ansí poeda vagar al son de mis inciertos e poco fijos pensamientos, quiérome agora prolongar estas líneas antes de avanzar adentrándome en lo acaescido, que al fin no será sino preámbulo lógico e importante por lograr un entendimiento pleno de lo que se dice, e de lo que se fizo.

Cederé privilegio de alón a mi artilugio de escribir, que malo foera el que en mi humildad osara consagrar alas cual pie de Mercurio, mensajero de los dioses, a estas trnashumancias etéreas que son lo que pensamos, e non es ello sino que los únicos mensajes que hasta agora he creído previnientes de los dioses son aquesos que redundaran la unva en redundamiento del estudiado Baco, et el que pecara de aburrirme a mí mismo, gran agravio foera, alargando ansí la entrada en nuestras cuitas.

Et es que el estudiante, cual su nombre indica, ha de velar por el cognoscimiento, foera cual foese la índole queste truxera, mas juraría de nuevo si non hobiera lugar a la reticencia al pensar en las Abundancias que allá adentro encontramos.

E válame el cielo que tan pintorescas metáforas han lugar en este caso, ca ambas dos damas que acompañaban el carromato eran dinnas dueñas de tal epíteto. La una abundante en vientres, e de fruto tan maduro que sopesamos la posibilidad de que reventara en el viaxe de tan marduro como parescíanos, e Dios sabe si tan picado de la mosca como los árboles que lo engendraron, que más que tal picadura paresciónos cagarruta sin para depositada en aqueste lugar, para deshonra del proprio e diminuto boñigo. La otra a fé que érase abundante en acaparamientos, pues que a tal llegaba su extravismo, que en tanto su ojo derecho apuntaba al oriente, viendo salir al astro rey, el toro, el siniestro, ya ocupaba puesto oteante hacia occidente, alerta al descanso de la estrella.

E de tal modo extraviaba, que hasta nuestros golpes de vista veníanse a equivocar, e ya fartos del exhaustivo vagar, ora al diestro, ora al siniestro, que se nos imponía cual gimnasia poco apropriada para amantes del reposo como agora fuésemos, dimos en dispara la visual concentrando la mira en el tercer ojo, fecho que era de la media obtenida de los otros dos e un tanto a lo buen cubero, que la ocasión ansí lo requería.

A más de estos atributos, de por sí naturales, acompañábanse del cuerno que les diera nombre, que a la sazón estábase entrañado por una bolsa de pipas abundantes que iban deglutiendo en sonoros e crujientes trásegas del fruto, tan solo debilmente ahogados por el equiparable bramido de los bueyes mecánicos del aparato.

Formaba trío con las diosas menores un mozalbete callado e quieto para ventura nuestra, que no hay sino mochacho metomentodo e pincharín para resucitar las enseñanzas bíblicas en elogio e recuerdo de Jerodes, a quien Dios haya perdonado.

Aposentámosnos como pudimos en aquel incómodo vehículo, aunque mal ficiera si negara la gracia que facíannos como ya hube avisado al inicio, e trastabilleamos amortiguando los sinsabores del camino con nuestras inquietas e ya un tanto furiosas posaderas, cuya función primordial habíase quedado relegada tan a segundo término que casi nin recordábase por tan exigua pitanza injerida, como llegábale, pues tal era el hambre que almacenaban nuestras andariegas tripas que nin la olor érase permitida a llegar tan abajo en la digestión, en detrimento obvio desotros momentos de aflojamiento de las costumbres en que quasi es de rigor desprenderse de un sonoro pedo por notarse satisfecho e comido.

Asentábanse los maridos en dó los condutores, harto ufanos por nuestra recogida, e razón habían dello, que non era de desaprovechar tamaño topar, et otro tanto por los vapores que las vides comenzaban a despertar en sus corpachones.

A más dellos había otro personaje en juego, perdóneseme la expresión, por cuanto tratábase de un anciano que reforzaba su apoyo sobre un garrote, rústicos ambos, en tanto lanzaba su mirada, aunque más bien paresciese que era su mirada la que del se desprendía, dejándolo asín sentado, lo que non era de extrañar, e quedábase fija e clavada en un punto invisible en la distancia.

Mal recordaría si dejera que habló en aquel corto trayecto, pues non parescía sino que toda su energía quedaba destinada al huir constante de su mirada.

Foímos requeridos sobre nuestras andanzas e contamos lo mejor que sopimos nuestras pretensiones e, al cabo, invitados a demostrar nuestro arte, pane lucrando, arrancamos notas a los sofridos instrumentos e de la ya desentumecida garganta, por los rápidos escarceos que a su bota dimos, por catarla e facer honores a su caldo, comparándola con la nuestra que, justo es decirlo, perdió en la competencia.

Parescía, sin embargo, que non dirigíanse tan lejos como hobieramos deseado, sino tan sólo a Granátula de Calatrava, pueblo inmediato a la salida de Almagro e que ocupaba el punto medio de nuestro itinerario hacia Calzada.

Ficimos algunas pesquisas para nuestra folganza en la próxima parada e comenzamos a desilusionarnos al comprobar que el susodicho lugar carescía de interés para nosotros, por cuanto habríanos obligado a dormir de día, pues que el tal lugar carescía de posada et al calor de fogueras et a su tenue luz, aún si la suerte éranos propicia et a esto habíamos merced, non érnos permitido sino arroparnos de insomnios e acolcharnos de piedras.

Mas apiadáronse de nos los condutores e a cambio de incontinuadas coplas, ficiéronnos la merced de llevarnos hasta el mismísimo Calzada, alejándonos así, malhaya mi retórica agora, de la misma calzada e vía de sofrimiento a que destinados veíamosnos. Asentimos e aprobamos la propuesta e continuamos viaje.

8. Calzada de Calatrava

Comoquiera que foese Domingo de Resurrección, conforme a lo que la liturgia eclesiástica dispone, aunque el día érase propicio para cánticos, las gentes parescían preferir el guardar duelo en sus casas, quién sabe si al amor de una lumbre, aunque non diera timepo para ello, e desgranando cuenta a cuenta las beatas, e trago a trago los beodos, que similar semejanza hallo entrambas palabras.

Llegamos a Calzada a lomos de buen calzado, e suplico benevolencia del lector pues que sígueme malhadando mi retórica, e pues que ya en nuestro coleto comenzábase a sentir et aún a oír el vocerío de "homme al agua" segunt prescriben los cánones para el caso, et es que de lo trasegado famíamos inundado tanto la consciencia que ésta misma amenazaba con ahogarse e fenecer et ansí gritaba, empeñámosnos en dar con posada o fonda do trasegar unos quintos, como llámanse también a los alcoholes de lúpulo, vulgo cervezas chiquituelas.

E nos, ya entre asfixiados hipidos la voz interna que guardaba energías por mantenerse a flote, recordando pasadas experiencias del pulcro Arquímedes, dejábamosnos llevar por aquellas gentes de buena fé, pues que nada podíamos perder, ca por Baco que lo único que pagar podíamos era la simpatía destas gentes con nuestro saber trovar, alegrándolos, e nuestro saber defendernos de las espesas e pesadas espadas dialécticas que ya esgrimíamos los concurrentes, con escaso silencio e mucha fabla hética.

Acercámosnos con gran jolgorio a una semiabierta tasca o barucho dó fuénos negada la entrada e vetado el paso con gran pesar por parte nuestra que ya víamos maceradas nuestras contexturas con lo incierto del vieja e porque el insistente traquetear facía batir inevitable de huesos et eminencias contra el duro metal de la carrocería, anhelando el momento de abandonarla.

Mayor fue, sin embargo, el pesar de los mecenas lugareños, que con firientes venablos reflexaron su ira contra la posadera que, paresciónos entender, algún parentesco guardaba con ellos.

Llegamos a las últimas casas del pueblo et allí fuénos abierta una estancia. Bajamos e dispusímosnos a continuar la libanza ya comenzada.


9. Sitio en Calzada


Larga sería la exposición de cuanto en aquel lugar ocurriera e más que a mi parésceme agora, pues que a cada botella abierta añádíase un tiempo impensable e irrecordable de cuanto fue acaescido, e pasada que lo fué con mucho la décima botella, perdí contacto con las elementales materias que persona humana barajase et ansí fuéronnos negadas Matemáticas, Teología e Ciencias en general, et habríamos perdido los haberes de haberlos tenido, por lo que a falta dellos, hobimos de dejar en prenda nuestra ya adormitada noción del tiempo.


Vénse agora plasmadas sus firmas al final deste Libro, en el apartado que comienza diçiendo: "Do firman todos aquellos... etcétera, etcétera" Et héte aquí que de lo que recordar consigo, sé que a última hora, Emeterio, como ansí llamábase uno de nuestros cicerones, debióse enzarzar en oscura divagación con el capitán Don Carlos, pues que me llegaban disparatadas frases que non conseguía unir con lo que alrededor ocurría, et ansí, veba volant, dejábalas pasar por entre los oídos sin más pábulo ni dilación.

E debióse apercibir el ya nomnado, puesto que dirigióse a mí en demanda de atención et nolens volens explicóme largamente sus cognoscimientos musicales e su técnica con el instrumento llamado acordeón o fuelle, que díxome tañer largo e bien como resultado de cinco años de intenso estudio que viéronse truncados por un mal percance en un pié o pierna, que a tal lujo de detalles he vetada mi memoria, e, dixit, esa lesión imposibilitábales andar como buenamente es necesario e obligatorio en la banda del pueblo, viéndose ansí relegado.

Y entanto lo ya narrado decía, enviábale pescozones al chiquillo que mantenía sus trece al respecto de la música cada vez que le preguntaba
"¿E tú non voledes aprender la guitamarra?"
e, ¡zas!, obsequio que le atizaba.


Con todo esto yo non conseguía sino esbozar báquica sonrisa tratando de imaginarme al buen rústico tañendo el viento con los de su pueblo, et el efeto total questo causábame era la mueca antedicha, ya que vinum laetificat cor hominis, et al fin, in vino veritas.

Muy fuertes debieron ser mis pensamientos ca el Meterio amoscóse e comenzó a lanzarme una lluvia d epreguntas malintencionadas et encaminadas a remeter en vereda la situación, despejando toda duda.

E tan mal camino llevaba que non dió ni ardite por mi aseguración de que ignoraba las más elementales nociones de música e que mi facer debíase tan sólo al oído, e como por dar práctico ejemplo a lo dicho acercaba a la oreja el instrumento.

Mas, como queda dicho, facía caso omiso de cuanto le dixere, et exaltábase entre la niebla de la cogorza que ya a todos envolvía facíendome sin cesar la misma pregunta una y otra vez:
- Qué es armonía?
e dándome ningún tiempo a no contestar, volvía sobre el asunto respondiéndose sólo a su pregunta:
- Armonía es el arte de combinar los sonidos...
E non bien concluía su monólogo, insistía en su demanda sobre la mentada armonía, e yo, para mis adentros, pensaba en que armonía era yo mismo yaciendo en buena piltra e con alguna pitanza al alcance de la diestra.

Por fortuna don Carlos sacóme del brete e de nuevo nugláronseme sus conversaciones.

Mientras, el alférez don José surcaba en lontananza, tal érase la niebla que nos separaba, departiendo, dios sabe de qué cuestiones, con el anciano et una de las esposas.

Al cabo concluimos en el lugar, entonamos una copla de despedida, e por el camino más inclinado e pedregoso del orbe, sobimos al carruaje que en la puerta estaba sito.

Alcanzamos el hostal La Bodega, nombre a tono con nuestro real estado, que más que panza parescíamos portar barrica, e diéronnos consentimiento para apostar aquella noche.

Despedímosnos de tan espléndidos lugareños non sin estrenar el sitio con un último vaso, que foeron dos, e sin mil promesas et agradescimientos por su inconmensurable generosidad, ayuda y humanidad.

Sobimos a los aposentos e tras tentar lo que de pitanza fabíamos, dimos con un nuevo encuentro con Morfeo el reparador.