~FUGA SEGUNDA~



1. Larga noche

Paramos y pararon todos y no paró ninguno, como ya queda dicho, e comenzase nuestra larga marcha nocturna por librarnos del frío, ca la úna leña a que teníamos alcance era de sarmientos e resistíase tan bien a arder, que non lo fizo.

Fue entonces cuando descubrimos la auténtica riqueza de los árboles e aprovechámosla con algunas escaramuzas.

Sobrónos de la comida un trozo de salchichón, e con el pretexto e propósito de desayunarlo al siguiente día, no hobimos sino cenarlo imaginariamente, acompañado de una importante sinfonía de ruidos intestinales que no entendían de imaginanzas e a quienes la saciedad de nuestras mentes les importaba un ardite, reclamando para sí algo de real que avalara tantos créditos.

Mas ese algo no llego, ca no lo había, empero algo acalló tamaña protesta e hambre, que fue el frio que todo lo encoge e oprime e tanto frio fizo et encogiónos tanto, que no sólo tripas, que no parescíase sino que volviéramos de pantagruélica pitanza, ca ni aún si hobiéramos intentado deglutir alno no hobiéranos sido permitido.

Fáltama agora vocabulario suficiente por describir lo que en esta noche sofrimos e soportamos, e aún así, dudo si no quedara corte en facer la semblanza, por mucha soltura que toviera e me fuera dada, tal fue la viveza de la noche, durante la cual, mal que agora nos pese, consideramos la posibilidad de retransfugar desfugando lo fugado...

Mas todo paresce indicar que no sería ansí en su totalidad, acorralándonos ante la decisión última del abandono e ficímosnos con algo de leña por resistir e por esto et otra que alguna invitable cabezada, tan cansados estábamos, fue transcurriendo la noche más larga de nuestra historia, e con ella, nuestra mayor desventura, con la fe puesta en un presto amanecer que, como a sabiendas dello, restrasaba et enelentecía perezosamente su llegada.

Tengo por cierto que lo que salvónos foeron esas esporádicas cabezadas que la debilidad impúsonos, pues ansí el fuego en brasa, medio apagado, dejaba de consumir madera de la que tan necesitados estábamos.

E de tal manera estábamos que cuando uno despertaba a la realidad impelido por el frío e por el continuado graznar de cierta urraca que allí había determinado apostarse, intentaba avivar el fuego con la madera existente e cuando ésta acababa y terminaba et extinguíase, mandaba aviso a los demás ca, despertados, en apariencia al menos, prestábamosnos a la captura del leño en su mismo origen, el árbol, para lo que facíanse menester montañas humanas que en precario equilibrio terminaban por conseguir su objetivo.

E desta suerte los ejercicios mantuviéronnos en calor algunos ratos, en franco detrimento de las escasas energías que almacenádas habíamos.

Recogida la lumbre en una esquina, et a ella recogidos e apilados sobre un sector de no más de dos metros e con un ángulo reto de noventa, veíase la amalgama de nuestro revestidos cuerpos bañados en humo e mugre e cansancio, plateados por el reflexo portentoso del plenilunio que más cruda la noche hacía, e más demoraba e alargaba el ansiado resurgir del sol.

Ensayamos las mil posturas cognoscidas e inventamos mil más et fracasamos en ambos dos miles de manera que tan sólo las piedras que en las carnes se nos clavaban descognoscían nuestra situación verdadera, e pasaron la noche abrigadas, no ansí nosotros ca sobrevivimos inimaginablemente.

De tan sólo esta noche seniles, revivimos, apenas rejuveneciendo cuando la línea del levante tiñóse de claro e vençióse sobre el azul plata dominante, e amanescióse.


2. Camino

E con las primeras luces del día extinguiéronse las pobres brasas que de la hoguera restaban. Quedámosnos al amparo natural del firmamente e pendientes del cotidiano descurrir del carro de Apolo.

Aguardamos a que el astro brillase con firmeza e aprovechamos esta condición por ir templando carnes tan bien dello necesitadas e tan dolidas de frío e noche estábanse que costónos largo esfuerzo.

Cual fardachos apostados en las ruinosas paredes de la mansión albergadora, e ya consumido e apagado el nocturno e quasi secreto fuego del lar nos encrontrábamos cuanque aparescióse a quien dimos en nominar, e lo era, amo et dueño del triste feudo, que ansí lo era para nosotros, pues que a excepción de pernada no restamos de pagar tributo alguno, cual viandantes acogidos que lo éramos.

Vínose a constituir el manchego labriego en punto de nexo que ya amenazábamos en olvidar, de toda civilización tan de nos necesitada como menesterosos Della foéramos nosotros.

Fablónos de sus cepas e majolillos e desotras técnicas de cultivo e mantenencia, e coincidimos en que la noche habíase enfriado en demasía, pues que en este punto gozábamos de mayor cognoscimiento et experiencia. Ca en esta ocasión éramos superiores et aventajados al lugareño en este saber práctico, mal que no debiérase al proprio carácter avispado de estudiante, sino a haber expuesto nuestras virtudes tan duramente al gélido beso de la noche, carnes entecas más acostumbradas a trovanzas e tranquilas rondas, sin más sorpresas que las propias de los hogares de las dueñas do abandonar apreturas e darse a veniales gulas e destemplanzas.

Acabó los preparativos que entremanos traíase e despidióse et alejóse a sus quehaceres de suerte que pudimos degustar la escueta pitanza, desayuno, refrigerio, tentempié e cualesquier esotro pseudónimo que aplicar se quiera, sin ver aumentada comensalía e por ello disminuida la ingesta, por cuanto de mordaz foese un fragmento de sobrante salchichón, suavizando e aligerado con unas gotas de vino.

Rehicimos equipaxe e colocados los bultos en lugares poco doloridos del coerpo, a fé que harto difícil por lo mucho dañados que estábamos por las piedras del natural lecho, reanudamos el itinerario regresando a la calzada principal, con las renovadas energías que produjérannos los caldeantes rayos del sol, reforzados en nuestro ánimo por el esporádito e fugaz encuentro con algún vehículo, posible transportador e aliviador de nuestro peregrinaje.

E ansí fue como al cabo vino a parar vehículo, más tan en la lejanía que casi temimos no ser visibles o ser fruto e blanco de espejismos alucinatorios por nuestras débiles condiciones.

Mas no fue ansí, lo que hobimos de agradecer ampliamente, e montamos e descansamos el resto del viaje hasta Moral de Calatrava, a dó foimos transportados en un arranque de desprendimiento del conductor, a quien acompañaba damisela, pues que ofreciese a llevarnos hasta el fin bien a pesar de que su auténtico objetivo foése la llamada fuente de Siles, distante dos leguas y unos mil pies del punto nombrado.

Érase tal la temeridad del conductor que vímosnos engullidos por las zanjas que colindaban el camino en numerosas ocasiones e curvas, ca su desmedida velocidad hobiéranos erizado el cabello si no hobiérmaos necesidad deste e otros esfuerzos por un futuro aún no explorado et incierto. Ansí que no hobimos de protestar mal que desta guisa transportábanos faciendo caso omiso del refrán que más vale tardar que nunca llegar.

Llegámosnos al cabo a Moral, con ésta más elevada e curtida et fecha a entuertos, e invitáronnos a unas tisanas de Indias que no podimos declinar ca no hobiese sido educado ni político, ni era este nuestro propósito, e devolvimos tamaña merced ofreciéndoles un lugar en nuestro Libro do firmar y no ser ya jamás olvidados, como no lo foera éste.

E ansí despedímosnos henchidos de generosidad e deudo por comenzar la inspección desta nueva etapa.


3. Moral de Calatrava

Foímos friamente acogidos en esta plaza, e tanto que aún pensamos si el clima de la pasada noche no hobiera fecho mella de sus ánimos por así presentársenos, e desta manera más temerosos que airosos hobimos de recorrer las alargadas callejas del lugar por ir en busca de unos panes que al fin vino a despacharnos Camilo, uno de los panaderos con quien dimos tras largo peregrinar e demandar, al tiempo que las gentes apostábanse a ambos lados de las calles por ver pasar la procesión que agora se inciaba, con estos tres que parecían enviados de dios sabe dónde ni por quién.

Buscamos a don Lázar, hermano de don Emiliano, que ya fue mentado en este Libro, y a quien recomendónos encarecidamente. Hobimos de facer ligero desembolso por mandar recado a Valencia e indagar del capitán don Monchi también mencionado ya hasta este punto, ciertas direcciones en Ciudad Real.

Esto conseguido, regresamos al lugar denominado Los Tres Faroles, mugrienta cantina sita en la Plaza Mayor o José Antonio desta ciudad, dó habímos emplazado bultos por evitar el pasearlos sin miramientos ni lucro por el pueblo. Trasegamos una cerveza en espera de localizar al alcalde del lugar et obtuvimos cita con él que estaba enterado de nuestra llegada e observábamos con cierto recelo en el Ayuntamiento, enclavado en esta misma plaza tan pronto como acabare la procesión ya iniciada, y que tenía su límite en la iglesia que alzábase enfrente como edificio principal.

Llamónos la atención el general respeto que inspiraba el rito, que como es costumbre en estos lares constaba de los poco móviles armados e los consabidos encapuchados e nazarenos, a más de los pasos.

La Virgen de la Sierra, señora del lugar, trae su nombre porque se la venear en una ermita en lo alto de un peñasco que ponía tope al pueblo. Mas había otra que concnetró nuestro interés et atención por el excelso e rico manto en plata bordado regalado por algún indiano, que ansí la mandó engalanar e ofrecióla a la anual Procesión de la Santa Semana.

Mostrónos el señor alcalde el ayuntamiento, recientemente reformado, e con varias salas aún en construcción, e firmó en nuestras páginas plasmando en ellas su dedicatoria, queizá un tanto a la usanza de los anteriores, de las que imbuyóse previamente en rápido vistazo, por cuanto no había desterrado el recelo que ya mencionara e por ver a qué podría obligarle semejante fecho.

Parco en extremo, e más de lo necesario en nuestra situación, despidiónos encargando a su hija que nos guiara hasta la casa de don Julián, anciano galeno de la localidad.

Desdichados acontecimientos reservó el destino a don Julián: un su hijo había muerto poco ha en accidente, y tampoco había respetado la parca a la esposa del otro, habiéndose de hacer cargo de las dos hijas que ésta dejara, una de ellas aquejada de mongolismo. E por no trascender en tamaños infortunios, que el devenir muéstrase a menudo desta manera implacable, habré de cambiar aires tan funestos e continuar con la narración.

Don Julián accedió a acompañarnos brevemente por el pueblo, e dada la ajustada siposición de medios de su hogar, sirvióse invitarnos a unas cervezas, olivas e gambas en una fonda cercana. Fablonos del deficiente futuro que aguardaba al pueblo, ca muy al contrario de lo que ocurriera en Manzanares, Moral de Calatrava carecía de industria e tan solo sobrevivía merced a la calidad e renombre de sus vinos e olivos que competían, si no en número sí al menos en calidad, con los de Jaén. Ponderó sus extraordinarias perdices et ensalzó las magníficas faenas de bolillos que las mujeres laboraban.

Merced a su ayuda pudimos adquirir un chorizo, quesitos e melocotón en almíbar, pues que todos los locales permanecían cerrados debido a la celebración de la festividad del día.

Ya de salida, admiramos una iglesia, sin culto todavía, de acusado estilo neomozárabe, regalo de un indiano a principios de siglo, y en cuyo interior se guardaba la virgen plateada ya mentada.

Ayudados por Hilario, que así llamábase el dueño de la mercadería do trovamos los alimentos descritos, e por don Julián, presentámosnos a la salida del pueblo en la llamda gasolinera, do aguardábamos Joaquín, sabedor de nuestras intenciones e que ofreciese a preguntar a los vehículos que allí detuviéranse repostando por si harían merced de transportarnos hasta Almagro.

Mientras, nosotros comíamos. Devoramos, más bien, medio chorizo ablandando los pétreos panes con largos besos del Yuntero blanco que aún fabíamos e culminando tamaño banquete con la deglución de los melocotones.

Acabado todo ello, como quiera que las gestiones de Joaquín no habían avanzado, fue menester que pusiéramos todo nuestro celo e dedicación en conseguir quien nos llevara.

Quiso la suerte que viniera a pararnos una llamada furgoneta conducida por suboficiales aspirantes al Ejército de Su Majestad, en Lérida, quienes ficiéronnos la merced de trasladarnos a nuestro objetivo inmediato.


4. Almagro

Llegados que foimos a Almagro, tovimos primer encuentro con los corchetes municipales, a quienes inquirimos sobre nuestras inmediatas necesidades de alcaldía, médico e posada.

Fízose la postrera etapa con desconocido acompañamiento ora por uno, ya por otros, de la hoja de lata de melocotón en almíbar, cuya propiedad poco deseable pasaba de bolsa a bolsa al menor descuido, sin mediar palabra e sin que foese apercibido por los nuevos portadores.

Mas quiso la suerte que en su constante transhumar diera al cabo estampándose contra el pétreo suelo cuando así estábamos fablando con los aguerridos informadores, e ante la mirada de reprobación con que nos cubrieron, hobimos de resolver acabar con la situación depositándola en lugar que a tal propósito hayamos cerca en la propria plaza.

Manzanares parece tener asido el cuerno del aindustria e florecimiento, en tanto Almagro es historia et arte, habiéndose constituído en merecida capital del Campo de Calatrava.

Llegámosnos do nos indicaran e vimos rótulo enjuto que anunciábamos posada, Fonda Peña, et demandamos hospedaje que fuénos otorgado con gran alegría por parte nuestra ca veníamos de sofrir las inclemencias noturnas sobre áspera yacija de duros meños, que no colchón, pues si lo hobiera, foése sólo el de las carnes que macerábanse contra los huesos como huyendo del térreo sacrificio, con gran orfandad de Morfeo.

No obstante, atenazónos un ligero pero justificado temblor ante el nombre del lugar, Peña, pues no parescía sino que la venganza por nuestras anteriores procacidades nunca acabaría, mas, comprobado que estancias e camas eran reales, respiramos aliviados de que sólo tratárase de mordaz coincidencia.

Pensamos polir en lo posible nuestras miserias e salir a la calle por ver de topar con prohombres del lugar, en especial, médico, alcalde o cura, mas, decidióse, ¡qué mejor para el miserable que apañar sus desvirtudes que descabezando un sueñecito, con lo que hasta el más plebeyo e homilde e menesteroso siéntese noble et aristocrático et ricombre!

Piltramos largas dos horas, e más foeran si de tiempo hobiéramos dispuesto et éste non foera necesario, e ansí tornamos a la calle dó las procesiones estaban prestas a se iniciar.

Recorrimos el pueblo por entre callejas harto iluminadas de muy claros farolillos a guisa de antorchas distribuidos por doquier, con lo que aunábase el aspecto blanco e limpio del ya de por sí nítido conjunto de calles encaladas.

Antes de seguir adelante acometiendo ciertos temas, por demás interesantes, quisiera, ya que a juicio diario e constante habrá de someterse en el futuro el presente Libro, engrosas sus páginas con los múltiples epítetos que nuestros ahumados oídos eran capaces de discernir entre la infantil muchedumbre, horda pediátrica incontrolada, todavía esbozos varoniles o femeninos, pero ya dotados de artera lengua, en ocasiones tiernamente viperina, e que a más de sonrisas lograban arrancar alguna que otra acallada, a veces sonora et inequívoca, maldición por nuestra parte.

En ansí, entre los sugerentes títulos que nuestras andariegas figuras suscitaban a sus precoces, pero no menos portentosas, imaginaciones, estaban los de torero, Curro Ximénez, Algarrobo, peregrinos, estudiantes, quinquis, mosqueteros e un sinfín dellos a los que habría de añadir aquesos pronunciados por los ya no infantes, que de recios lugareños tratábase, e para los que nuestra respuesta no reconocía ni aún los límites de la grosería, mas todo ello, por supuesto, dentro de las normas éticas que nuestra moral de estudiantes quasi goliardos marcaba.

Recorrimos como queda dicho calles solitarias e otras rellenas de humanidad que apiñada sobre entrambas aceras esperaba el paso solemne de la procesión, con sus encapirotados huéspedes, sus ornamentados e bien cuidados pasos, sus armados, que al igual que nos, revivían tiempos pretéritos, e las bandas, marciales et escalofriantes en algunos puntos, si bien las más de las veces, debido al nimio preparar de sus formandos, mostrábanse con alguna tendencia al desafinamiento constante, lo que unido al consiguiente et estrepitosamente fuerte redoblar de atambores, producía una amalgama de roídos insoportable, con lo que, ciertamente, el duelo extendiese a nuestros oídos.

Las calles vacías e rebosantes de luz abrían el blanco de sus casas como en apretado abrazo hacia nosotros, huéspedes recuperados del pasado, e mostraban en sus frentes el ceñir pétreo de sus seculares escudos, casi siempre militares, inconfundible producto de un ayer preñado de proezas guerreras de los monjes caballeros de Calatrava quienes sin duda reposaban, al acecho de sus pertenencias, con un ojo en el hoy de los farolillos que en nada desmerecían al conjunto et el otro en sus ya oxidadas e yacientes armas cuyos representantes fósiles erguíanse ante nosotros sobre nuestras cabezas.

Recognoscidos en la noche por la mirada doble del águila bicéfala, incomparable signo del poderío de los Austria soportado por los reinos de España, decidámonos a descansar, hurtándonos a su exornada granítica blasonería, testimonio del buen gusto de la nobleza almagreña.

Retirámosnos a la fonda antedicha e saboreados los restos de chorizo que aún fabíamos, e comentados los fechos hasta el punto acaecidos, probamos el dormir.

Todavía en la abominable abundancia de espacios de mi estancia, tumbado sobre lo que parescióme regio catre, aún fui testigo de una última música que con gran algarabía acompañada, recorría la calleja do estábamos ubicados.

E dormimos plácidamente…